colinas azules

sábado, 29 de septiembre de 2012

EL AGRICULTOR Y EL FUNCIONARIO


Uno
Sigo ahorrando, pero solamente por que tengo la suerte no de ponerme enfermo, ya que si me ataca la gripe o cualquier otro tipo de virus o bacteria, no podría tener acceso a los nuevos medicamentos que atacan las infecciones, no tengo liquidez, ni fondos para poder pagar en la farmacia mi derecho a unos gramos de salud, ni para  comprar alimentos o ropa, mi ahorro se ciñe estrictamente a los productos que cultivo y me administro con minuciosidad. El pago  por adelantado para asistir a un curso de termodinámica lo hice con el peculio que conseguí gracias a la venta de mis productos agrícolas, que aunque  solo laboreo para mi propio consumo, en ocasiones me veo en la obligación de prescindir de ellos  para vendérselos a un vecino, funcionario de profesión, que todavía conserva un mínimo de poder adquisitivo, y también está perdiendo, ya que  las autoridades que vigilan nuestra economía y bienestar, consideran que  por el simple hecho de tener trabajo debe aportar una parte de sus ingresos al estado, para que éste a su vez los gestione a favor de entidades bancarias, altamente perjudicadas y desgastadas durante el ejercicio de su profesión. El desgaste de mi vecino ejerciendo su profesión, no está cuantificado en la ley que solamente protege a las cabezas pensantes que dirigen con maestría y habilidad a los trabajadores que ponen en marcha cada día el engranaje de la sociedad, mucho más hábiles e inteligentes y trabajadores que el manojo de directivos—ramos de flores venenosas—que esparcen cada día la fragancia del veneno que llevan dentro sobre sus subordinados. Mi vecino funcionario me advirtió de la necesidad de guardar alimentos para mi propio consumo, ya que  en el plazo de unos meses, nadie tendrá fondos para pagar, y lo más probable es que la gente hambrienta se dedique al pillaje para comer:

Dos
--Nunca me he sentido diferente a nadie y por supuesto a ti al que tengo en alta consideración, pero  los dirigentes políticos han creído oportuno este goteo de medidas, tal vez para volvernos a todos más igualitarios.
-¿Cómo puedes decir eso? precisamente tú que tienes unos conocimientos y una capacidad de pensamiento infinitamente mayores que los míos.
--Estás en un error. Yo te admiro muchísimo.
--¿A mí? ¿Me admiras a mí?  No puedo creerlo.
--Puedes creerlo, no estoy tratando de adularte ni mucho menos. Te admiro por  tu  ingenio, yo  ni aún interpretando lo libros más ilustrativos, hubiese sido capaz de fabricar el panel solar que tu has colocado en el tejado, ni el invernadero con el que conseguiste el dinero para dicho fin, ni siquiera  soy capaz de  manejar la azada como tu lo haces, solamente tengo en la cabeza teorías que jamás  sabré llevar a la práctica, además estoy sumido en una especie de letargo del que seguramente no quiero salir. Te haré una confidencia:
Pienso que  la actual situación tal vez no sea de tanta emergencia cono nos hacen creer.
--¡Qué dices!  No hay trabajo ni dinero, los mercados están paralizados, la deuda sigue creciendo…
--Te equivocas. Sigue habiendo dinero, lo que ocurre es que las fortunas, los banqueros, las grandes familias que siempre han detentado el poder, los  dirigentes, los altos cargos de todos los estamentos que sostienen la sociedad, tienen miedo.
--Miedo?
--Si. Se están dando cuenta que los avances de la sociedad—conseguidos siempre con el sudor y el martirio de los más deprimidos—han conseguido a través de los años igualar a la sociedad, aunque ellos siempre estarán por encima de nosotros, muy por encima, pero en su fuero interno piensan que han descendido unos peldaños de su cúspide, especialmente en cuanto a conocimientos, por eso están colocando un andamio distinto, digamos que están suprimiendo los escalones por los que  había cierta facilidad para circular y están construyendo un entramado diferente, una barrera impenetrable para igualar a la población, y donde solo exista un ascensor  para su acceso con una puerta blindada de la que solamente ellos tendrán la llave; entonces se establecerá una igualdad mucho mayor que la que hemos conocido hace unos años, cuando creíamos que todos éramos similares. En cuanto terminen la muralla de protección, seremos  más semejantes que nunca: ellos circularán libremente porque tienen la llave de la puerta del ascensor, se conocen, se hablan de tú a tú, participan en  simposios, abren y cierran industrias, controlan el agua y la energía en general, viajan, se reúnen, comen, cenan, van al cine, a la ópera, a los conciertos…En definitiva podrán permanecer en la parte de arriba con mucha más estabilidad, mucho más seguros y sobre todo mucho más ricos y poderosos, todos iguales, viviendo la igualdad que siempre han perseguido.
--¿Qué será de nosotros?
--Pues nosotros seremos tan iguales como ellos. Estaremos siempre debajo, porque nunca podremos conseguir la llave del ascensor, y lo que es peor, no conseguiremos subir ni un peldaño, ya que están destruyendo la escalera.
--Entonces estamos condenados al ostracismo, a nadie importaremos, los escasos medios  de que disponemos se irán extinguiendo... Ni siquiera podré cultivar mi pedazo de tierra, tal vez me vea obligado a vender las herramientas de trabajo a cualquier chatarrero, para pagar los impuestos de la vivienda. Si me pongo enfermo moriré, y lo que es peor, se morirá mi imaginación al no poder practicar el ejercicio diario de pensar, ya que si lo hago supondrá un suplicio aún mucho mayor.
--Cierto, quizá estas reflexiones sean las últimas que nos hagamos, me has sorprendido con tu locuacidad y tu capacidad de análisis, siempre te estás subestimando cuando en realidad sabes mucho más que yo.
--¡Qué más quisiera! Yo siempre  te consideraré un sabio, un ser  inteligente y bueno que has sabido despertar en mí la curiosidad por el saber, y sobre todo me has ayudado a satisfacer esa curiosidad, por eso no puedo entender ese letargo del que hablas, esa desidia ante la desesperación…
--Es que no le veo salida. Yo no soy un ser violento, siempre he odiado las guerras y he creído en el poder de la palabra para arreglar conflictos, pero te juro que ya no puedo más, seguramente cuando llegue el invierno, o tal vez antes, cuando lleguen los primeros fríos, me dejaré morir.
--¡Qué dices! No comprendes que esa no es la solución.
--Te equivocas, es la mejor de todas las soluciones. Simplemente con que se detenga la mano que da de comer al ganado, la que  cultiva la tierra, o la que dirige el tractor, la que  pone en marcha el bastidor para apuntalar cualquier tipo de yacimiento, la que detiene una fuga de agua, o la que  detiene la electricidad cuando se sale de sus cauces—por no citar las siguientes de la cadena--, simplemente con la amputación de esas manos ya sería suficiente para sembrar el caos, no digamos si nos morimos todos: nuestro sacrificio no sería inútil porque inevitablemente los arrastraríamos a ellos.
--¿A ellos?
-Si.  No comprendes que entonces tendrían que descender de su pedestal, para  arreglar tanto desaguisado.
--¿Crees que serían capaces de utilizar sus manos en algo más que no fuese contar dinero y  firmar decretos?
--Tal vez algunos fuesen capaces, pero no cabrían  todos de golpe en el ascensor y en su precipitación por bajar, se lanzarían por la escalera, sin darse cuenta de que la han destruido y entonces se produciría el cataclismo. Entonces todos lograríamos la igualdad perseguida: la muerte.

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