Uno
Sigo ahorrando,
pero solamente por que tengo la suerte no de ponerme enfermo, ya que si me ataca
la gripe o cualquier otro tipo de virus o bacteria, no podría tener acceso a
los nuevos medicamentos que atacan las infecciones, no tengo liquidez, ni
fondos para poder pagar en la farmacia mi derecho a unos gramos de salud, ni para comprar alimentos o
ropa, mi ahorro se ciñe estrictamente a los productos que cultivo y me
administro con minuciosidad. El pago
por adelantado para asistir a un curso de termodinámica lo hice con el
peculio que conseguí gracias a la venta de mis productos agrícolas, que
aunque solo laboreo para mi propio
consumo, en ocasiones me veo en la obligación de prescindir de ellos para vendérselos a un vecino, funcionario de
profesión, que todavía conserva un mínimo de poder adquisitivo, y también está
perdiendo, ya que las autoridades que
vigilan nuestra economía y bienestar, consideran que por el simple hecho de tener trabajo debe aportar una parte de
sus ingresos al estado, para que éste a su vez los gestione a favor de
entidades bancarias, altamente perjudicadas y desgastadas durante el ejercicio
de su profesión. El desgaste de mi vecino ejerciendo su profesión, no está
cuantificado en la ley que solamente protege a las cabezas pensantes que
dirigen con maestría y habilidad a los trabajadores que ponen en marcha cada
día el engranaje de la sociedad, mucho más hábiles e inteligentes y
trabajadores que el manojo de directivos—ramos de flores venenosas—que esparcen
cada día la fragancia del veneno que llevan dentro sobre sus subordinados. Mi
vecino funcionario me advirtió de la necesidad de guardar alimentos para mi
propio consumo, ya que en el plazo de
unos meses, nadie tendrá fondos para pagar, y lo más probable es que la gente
hambrienta se dedique al pillaje para comer:
Dos
--Nunca me he
sentido diferente a nadie y por supuesto a ti al que tengo en alta
consideración, pero los dirigentes
políticos han creído oportuno este goteo de medidas, tal vez para volvernos a
todos más igualitarios.
-¿Cómo puedes
decir eso? precisamente tú que tienes unos conocimientos y una capacidad de
pensamiento infinitamente mayores que los míos.
--Estás en un
error. Yo te admiro muchísimo.
--¿A mí? ¿Me
admiras a mí? No puedo creerlo.
--Puedes
creerlo, no estoy tratando de adularte ni mucho menos. Te admiro por tu
ingenio, yo ni aún interpretando
lo libros más ilustrativos, hubiese sido capaz de fabricar el panel solar que
tu has colocado en el tejado, ni el invernadero con el que conseguiste el
dinero para dicho fin, ni siquiera soy
capaz de manejar la azada como tu lo
haces, solamente tengo en la cabeza teorías que jamás sabré llevar a la práctica, además estoy sumido en una especie de
letargo del que seguramente no quiero salir. Te haré una confidencia:
Pienso que la actual situación tal vez no sea de tanta
emergencia cono nos hacen creer.
--¡Qué
dices! No hay trabajo ni dinero, los
mercados están paralizados, la deuda sigue creciendo…
--Te equivocas.
Sigue habiendo dinero, lo que ocurre es que las fortunas, los banqueros, las
grandes familias que siempre han detentado el poder, los dirigentes, los altos cargos de todos los
estamentos que sostienen la sociedad, tienen miedo.
--Miedo?
--Si. Se están
dando cuenta que los avances de la sociedad—conseguidos siempre con el sudor y
el martirio de los más deprimidos—han conseguido a través de los años igualar a
la sociedad, aunque ellos siempre estarán por encima de nosotros, muy por
encima, pero en su fuero interno piensan que han descendido unos peldaños de su
cúspide, especialmente en cuanto a conocimientos, por eso están colocando un
andamio distinto, digamos que están suprimiendo los escalones por los que había cierta facilidad para circular y están
construyendo un entramado diferente, una barrera impenetrable para igualar a la
población, y donde solo exista un ascensor
para su acceso con una puerta blindada de la que solamente ellos tendrán
la llave; entonces se establecerá una igualdad mucho mayor que la que hemos
conocido hace unos años, cuando creíamos que todos éramos similares. En cuanto
terminen la muralla de protección, seremos
más semejantes que nunca: ellos circularán libremente porque tienen la
llave de la puerta del ascensor, se conocen, se hablan de tú a tú, participan
en simposios, abren y cierran
industrias, controlan el agua y la energía en general, viajan, se reúnen,
comen, cenan, van al cine, a la ópera, a los conciertos…En definitiva podrán
permanecer en la parte de arriba con mucha más estabilidad, mucho más seguros y
sobre todo mucho más ricos y poderosos, todos iguales, viviendo la igualdad que
siempre han perseguido.
--¿Qué será de
nosotros?
--Pues nosotros
seremos tan iguales como ellos. Estaremos siempre debajo, porque nunca podremos
conseguir la llave del ascensor, y lo que es peor, no conseguiremos subir ni un
peldaño, ya que están destruyendo la escalera.
--Entonces
estamos condenados al ostracismo, a nadie importaremos, los escasos medios de que disponemos se irán extinguiendo... Ni
siquiera podré cultivar mi pedazo de tierra, tal vez me vea obligado a vender
las herramientas de trabajo a cualquier chatarrero, para pagar los impuestos de
la vivienda. Si me pongo enfermo moriré, y lo que es peor, se morirá mi
imaginación al no poder practicar el ejercicio diario de pensar, ya que si lo
hago supondrá un suplicio aún mucho mayor.
--Cierto, quizá
estas reflexiones sean las últimas que nos hagamos, me has sorprendido con tu
locuacidad y tu capacidad de análisis, siempre te estás subestimando cuando en
realidad sabes mucho más que yo.
--¡Qué más
quisiera! Yo siempre te consideraré un
sabio, un ser inteligente y bueno que
has sabido despertar en mí la curiosidad por el saber, y sobre todo me has ayudado
a satisfacer esa curiosidad, por eso no puedo entender ese letargo del que
hablas, esa desidia ante la desesperación…
--Es que no le
veo salida. Yo no soy un ser violento, siempre he odiado las guerras y he
creído en el poder de la palabra para arreglar conflictos, pero te juro que ya
no puedo más, seguramente cuando llegue el invierno, o tal vez antes, cuando
lleguen los primeros fríos, me dejaré morir.
--¡Qué dices! No
comprendes que esa no es la solución.
--Te equivocas,
es la mejor de todas las soluciones. Simplemente con que se detenga la mano que
da de comer al ganado, la que cultiva
la tierra, o la que dirige el tractor, la que
pone en marcha el bastidor para apuntalar cualquier tipo de yacimiento, la
que detiene una fuga de agua, o la que
detiene la electricidad cuando se sale de sus cauces—por no citar las
siguientes de la cadena--, simplemente con la amputación de esas manos ya sería
suficiente para sembrar el caos, no digamos si nos morimos todos: nuestro
sacrificio no sería inútil porque inevitablemente los arrastraríamos a ellos.
--¿A ellos?
-Si. No
comprendes que entonces tendrían que descender de su pedestal, para arreglar tanto desaguisado.
--¿Crees que
serían capaces de utilizar sus manos en algo más que no fuese contar dinero
y firmar decretos?
--Tal vez
algunos fuesen capaces, pero no cabrían
todos de golpe en el ascensor y en su precipitación por bajar, se
lanzarían por la escalera, sin darse cuenta de que la han destruido y entonces
se produciría el cataclismo. Entonces todos lograríamos la igualdad perseguida:
la muerte.
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