colinas azules

MENA Cerro de los Leones 1985

LLEVO AÑOS dando vueltas de acá para allá. Voy y vengo. Subo y bajo. Entro y salgo. Todo automáticamente. Algunas veces siento como si me diesen cuerda por las mañanas, para poner en movimiento mi cuerpo de metal y echar a andar igual que un robot. Claro que algunas tardes de soledad y silencio, dejo que me invada la nostalgia y pongo la música del tiempo en la gramola olvidada cubierta por el polvo de los años.


Una de esas tardes la lluvia rozaba la ventana con insistencia y la gramola lanzaba al aire las notas de una melodía que se quedó prendida en la memoria, y algunas veces me gusta escuchar:

Es miel que inunda el espacio bañado de sombras silenciosas, que se acurrucan a mi lado para darme calor…, y siento las notas tan dentro, que se me erizan los cabellos, y la piel de gallina de mis brazos me produce un escalofrío que me recorre de arriba a bajo. Es entonces cuando el alma desplomada, sucumbe al misterio del ocaso enmarañado, y deja que la noche vaya entrando lentamente, se instale en los salones del olvido y abra la ventana para que la lluvia entre.

Una de esas tardes de recogimiento y añoranza el teléfono sonó con insistencia, pero hice caso omiso. Después el contestador soltó un mensaje envuelto en palabras de seda cuyo texto enrevesado no acerté a comprender:

Palabras. Palabras. ¿Dónde estaban mis palabras aquella tarde? ¿Dónde estaban el resto de mis días? ¿Es posible que las hubiese perdido? Tal vez en mi deambular automático, también me había acostumbrado a hablar de manera automática. ¿Era eso lo qué me pasaba? ¿Había perdido las palabras y por eso necesitaba recluirme por las tardes a escuchar viejas canciones, a leer la poesía de la infancia y a sentir la melancolía del tiempo?

El viento de la vida me había llevado de repente todo. Y no supe encontrar las palabras para transmitir el desconsuelo, para confesar que había perdido la esperanza y se había desvanecido la ilusión. Que ya no era posible nada nuevo y que solamente la tecnología era capaz de colocar un hilo de vida a través de la cuerda que ponía en movimiento el juguete en que me había convertido.

De Corea no es una península
Ilustración de la cubierta Ana Fandiño