colinas azules

domingo, 26 de febrero de 2012

TUDELA VEGUÍN





 A parte del aire mezclado con el polvo de cemento, en Tudela Veguín se respiran otros aires más fluidos: la voz de Tino Casal resuena  entre las montañas del fondo, como si descendiese hacia la carretera, para estrellarse inevitablemente contra la fábrica, al igual que se estrelló su vida.
 Mi vista a la biblioteca para comentar  la lectura de la Casa de Quintana, supuso una pequeña excursión, a un territorio, muy cercano, pero en el que no había puesto los pies. Me sorprendió gratamente el edificio que alberga la Biblioteca, además de un Centro Social.  Es una construcción sólida, una gran casa, que a mi modo de ver está infrautilizada. Menos mal que la biblioteca está allí, en la planta baja, sosteniendo todo el inmueble con los pilares de sus libros.
  Las mujeres que tomaron parte en la lectura de la novela, estaban allí, por supuesto, también como pilares  de un reducto al que los hombres parecen tenerle  miedo; otras como la bibliotecaria y Chelo, hacen posible que siga adelante y con su fuerza, atraen  a las que tuve el placer de conocer: abuelas, como yo misma, como tantas y tantas a las que se nos fueron algunos hijos  por razones de trabajo, y los que quedan, inevitablemente, si las cosas no cambian tendrán que hacer lo mismo. La mayoría—creo que todas mayores de sesenta años--, tenemos al cuidado algún nieto: los mil y a veces menos  euros, no dan para canguros, enseñanza—el acceso a la escuela pública está tan restringido, que mandar a un niño a la escuela desde el norte de la ciudad hasta al sur—o donde  toque—supone además de pérdida de tiempo esfuerzo económico, con lo cual mejor dejarlo cerca, por lo menos los padres lo podrán ver más tiempo. Pediatra, si pediatra, porque ahora resulta que lo que antes era  bueno y necesario y había que consumir sin control, se redujo tanto que  si unos padres llevan a su  hijo-a al pediatra, a no ser que se esté muriendo, no hay ni un simple expectorante para un catarro que en un adulto se puede  calmar bebiendo agua y sin embargo en un bebé es imposible, en cambio con una receta de Ventolín se les despacha al tiempo que encaminan  al niño a una bajada de defensas, cuando menos.
Viene a cuento esto y también podría venir mucho más, porque si nos paramos a reflexionar, ¿qué nos queda a lo mayores? :
La emigración de los hijos, la mala calidad en la medicina—si sobrevive--, pues si a los niños se le despacha con un simple Ventolín, a los mayores se les advierte que si quieren milagros a la edad que tienen. Y me pregunto:¿ para qué han servido todos esos cursos que han proliferado los últimos años: alimentos adecuados a la edad, ejercicio físico, yoga, pilates, piscina, talleres de memoria...? Nos hemos fortalecido tanto, que ahora que podíamos tener una vejez sin sobresaltos, estamos abocados a la desesperación o al infarto.
Espero que las bibliotecas—único reducto analgésico—sobrevivan, y que mujeres de la categoría de las lectoras de Tudela Veguín, lo sigan  viviendo  

No hay comentarios: