A parte del aire
mezclado con el polvo de cemento, en Tudela Veguín se respiran otros aires más
fluidos: la voz de Tino Casal resuena
entre las montañas del fondo, como si descendiese hacia la carretera,
para estrellarse inevitablemente contra la fábrica, al igual que se estrelló su
vida.
Mi vista a la biblioteca para comentar
la lectura de la Casa de Quintana, supuso una pequeña excursión, a un
territorio, muy cercano, pero en el que no había puesto los pies. Me sorprendió
gratamente el edificio que alberga la Biblioteca, además de un Centro
Social. Es una construcción sólida, una
gran casa, que a mi modo de ver está infrautilizada. Menos mal que la
biblioteca está allí, en la planta baja, sosteniendo todo el inmueble con los
pilares de sus libros.
Las mujeres que
tomaron parte en la lectura de la novela, estaban allí, por supuesto, también
como pilares de un reducto al que los
hombres parecen tenerle miedo; otras como la bibliotecaria y Chelo, hacen posible que siga adelante y con su fuerza, atraen a las que tuve el placer de conocer:
abuelas, como yo misma, como tantas y tantas a las que se nos
fueron algunos hijos por razones de
trabajo, y los que quedan, inevitablemente, si las cosas no cambian tendrán que
hacer lo mismo. La mayoría—creo que todas mayores de sesenta años--, tenemos al
cuidado algún nieto: los mil y a veces menos
euros, no dan para canguros, enseñanza—el acceso a la escuela pública
está tan restringido, que mandar a un niño a la escuela desde el norte de la
ciudad hasta al sur—o donde toque—supone además de pérdida de tiempo
esfuerzo económico, con lo cual mejor dejarlo cerca, por lo menos los padres lo
podrán ver más tiempo. Pediatra, si pediatra, porque ahora resulta que lo que
antes era bueno y necesario y había que
consumir sin control, se redujo tanto que
si unos padres llevan a su
hijo-a al pediatra, a no ser que se esté muriendo, no hay ni un simple
expectorante para un catarro que en un adulto se puede calmar bebiendo agua y sin embargo en un
bebé es imposible, en cambio con una receta de Ventolín se les despacha al
tiempo que encaminan al niño a una
bajada de defensas, cuando menos.
Viene a cuento esto y también podría venir mucho más, porque
si nos paramos a reflexionar, ¿qué nos queda a lo mayores? :
La emigración de los hijos, la mala calidad en la
medicina—si sobrevive--, pues si a los niños se le despacha con un simple
Ventolín, a los mayores se les advierte que si quieren milagros a la edad que
tienen. Y me pregunto:¿ para qué han servido todos esos cursos que han
proliferado los últimos años: alimentos adecuados a la edad, ejercicio físico,
yoga, pilates, piscina, talleres de memoria...? Nos hemos fortalecido tanto,
que ahora que podíamos tener una vejez sin sobresaltos, estamos abocados a la
desesperación o al infarto.
Espero que las bibliotecas—único reducto
analgésico—sobrevivan, y que mujeres de la categoría de las lectoras de Tudela
Veguín, lo sigan viviendo
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