colinas azules

miércoles, 29 de febrero de 2012

LAS SIRENAS DE LA ADOLESCENCIA




Aquel final de siglo llegó triste…
Realmente muy triste.
El progreso se llevó la casa,
el jardín fue carretera,
autovía veloz
decían los viajeros del destino.

Los pájaros se fueron, callaron las estrellas y
en la noche anaranjada  ocultaron su luz las luciérnagas.
El columpio de la infancia se descolgó entre escombros
lo mismo que murieron las hortensias.
El suelo duro, asfalto ennegrecido por la  brea,
cubrió el césped de armiño, enterró  las margaritas,
impregnó el aire de perfume  mezclado con las teas
que elevaban el fuego hacia las nubes densas.
Se sepultó la casa hasta la misma chimenea.
El humo de la vida se abismó con ella
y no vimos los balcones
ni las flores de la abuela
que pendían
por la baranda de hierro
en pétalos de seda.

El  río cambió el curso,
se desplazó hacia la brecha
donde los niños jugaban y volaban  cometas.

La  cascada majestuosa ya no estrella en la roca
la espuma algodonada
donde los peces dormían,
se escondía la luna ,
brillaban  las estrellas y
en las noches de verano cantaban las sirenas
que venían del mar en  chalupas,
repletas
de flores de naranjo, envueltas en fragancia  de fresas,
flotando en las  tonadas
que sus gargantas frescas,
esparcían en la noche  de nuestra adolescencia.



Aquello fue la vida de mi vida de entonces.
De mi vida  de magia.
De mis noches de estrellas.
De la luna rielando sobre nuestras cabezas.
Del sol
que doraba las horas de los días sin tregua
bordando en los árboles figuras delicadas
con hilos de néctar.

Al alba el rocío mojaba mi cabeza y
las gotas salvajes me cubrían la frente
cual lágrimas espesas
que ocultas  en mi pecho, escarcha silenciosa,
brotaban  en las mañanas densas
sin saber por qué…
Sin saber el porqué  de la tristeza…

Las  tardes azules
verdes las praderas.

El blanco del cerezo con las flores primeras.
Blancas las flores de las peras.
Rosadas en el  árbol erguido de los melocotones.
Los manzanos en flores cubiertas de pureza
y aquél árbol escondido entre las zarzas
donde  brotaban las moras
y cuajaba la espinera.

Estaban los gusanos,
las lombrices de tierra
elaborando humus.

Libaban las abejas.

Y el abuelo enfadado porque las golondrinas
picaban las cerezas.


La huerta esplendorosa.
Las hojas tiernas  de las patatas nuevas,
esbeltas las cebollas,
los tomates brotando en amarillo,
la rizada niñez de las lentejas,
las calabazas con sus brotes dorados
fijándose a la tierra con pereza,
las coliflores apretando su vegetal cabeza.

Y en los años noventa…

Aquel final de siglo se llevó la belleza,
la cambió por las luces,
por asfalto, por piedras,
por ruidos de motores
silbidos de sirenas.
¡Pero no mis sirenas!
Benditas las sirenas de las noches plateadas de mi adolescencia.











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