colinas azules

sábado, 19 de marzo de 2011

A LA MEMORIA DE MATILDE GARCÍA

La muerte ya está aquí. Lo sé desde el mes de mayo de 1977, porque a partir de entonces, el tiempo se ha ido encargando de recordármelo. Antes, era diferente la gente se moría igual, pero lo veía muy lejano, aunque estuviese cerca: la incredulidad de la juventud? El dolor ajeno? La certeza absurda de que el tiempo me pertenecía y por tanto era dueña de manejarlo a mi antojo?: de detenerlo, apaciguarlo, vivirlo... Desgraciadamente los ciclos de la vida se encargan de poner las cosas en su sitio, de hacernos sentir la realidad que ignoramos, pero que no podemos dejar de percibir y por tanto de sentir. El sentimiento de la pérdida de los seres queridos, nos va llenando el alma de heridas, de recuerdos, de nostalgias...
Matilde García, amiga de la adolescencia, compañera de los veranos a la sombra de los árboles, bajo la lluvia de las tormentas de julio, de las zambullidas en el río después las clases de latín de aquel verano memorable, en que D. Leoncio al tiempo que nos enseñaba las oraciones de relativo, se acercaba al carromato del heladero que invariablemente  cruzaba la “carreterina” para ofrecer cremas frías de fresa y limón, de nata y chocolate,  que se desbordaban por los cucuruchos que él adquiría para Fernando y Toño, para nosotras dos..., para endulzar las tardes de estudio y compromiso con la asignatura suspendida en junio.
Matilde navegaba por las aguas del primero amor y único. De ella aprendí un montón de cosas al respecto. Tenía cinco años más, pero sabía acomodarse a la edad de cualquiera, a la personalidad de cualquiera, a las necesidades de cualquiera, en definitiva  a las vidas de todos antes que a la suya propia. El tiempo nos fue distanciando, aunque nunca perdimos el contacto, y los últimos años he sabido continuamente de su enfermedad por una  pariente común, sin atreverme a  preguntar a su marido o a sus hijas directamente, amparada en la cobardía de no querer entender más muertes.
Lo siento Tilde. Ayer por la noche cuando me llamaron para darme la noticia, he vuelto a sentir esa sensación de ahogo, de impotencia, de nauseas..., esa mezcla de desazón e incredulidad, ese dolor que afortunadamente me produce un sueño desproporcionado, y me lleva a dormir sin control para olvidarme de vuestros sueños eternos.

Dorita 19 de marzo 2011

1 comentario:

Pepe del Montgó dijo...

Siento que tengas que escribir esas palabras tan tristes por una amiga. Hoy empieza la primavera y vosotros, los que sabéis escribir poesía, tendriais que estar pletóricos. Hago referencia a tu blog en mi última entrada. Si te molesta, me lo dices y lo quito enseguida.